Cultura religiosa durante el Románico
Desde el Concilio Ecuménico de Nicea (325 ddC) hasta la renovación cultural y religiosa del Imperio Carolingio (768-814), el Cristianismo en Occidente había atravesado un largo proceso de consolidación que, pese a la caída del Imperio Romano de Occidente, se certificó tras el desplazamiento del arrianismo y el abrazo del catolicismo por parte de los pueblos que, desde entonces, ocuparían las nuevas esferas de poder en el occidente europeo.
La preocupación carolingia, personificada en la figura de Alcuíno de York, propugnaba una formación intelectual más sólida para el clero, tanto regular como secular, que se vió resuelta por la fundación de las escuelas catedralicias y se fijó con mayor contundencia durante las reformas de San Gregorio Magno. Así, a la reforma educativa carolingia y la unión sólida entre Iglesia y Estado, se añadió la pretensión de una mayor moralidad en el clero y la sociedad, que debía regirse según los principios del Evangelio.
Desde el Concilio Ecuménico de Nicea (325 ddC) hasta la renovación cultural y religiosa del Imperio Carolingio (768-814), el Cristianismo en Occidente había atravesado un largo proceso de consolidación que, pese a la caída del Imperio Romano de Occidente, se certificó tras el desplazamiento del arrianismo y el abrazo del catolicismo por parte de los pueblos que, desde entonces, ocuparían las nuevas esferas de poder en el occidente europeo.
La preocupación carolingia, personificada en la figura de Alcuíno de York, propugnaba una formación intelectual más sólida para el clero, tanto regular como secular, que se vió resuelta por la fundación de las escuelas catedralicias y se fijó con mayor contundencia durante las reformas de San Gregorio Magno. Así, a la reforma educativa carolingia y la unión sólida entre Iglesia y Estado, se añadió la pretensión de una mayor moralidad en el clero y la sociedad, que debía regirse según los principios del Evangelio.
En esta coyuntura hay que insertar al monacato, fenómeno en auge desde el final del Imperio que, lejos ya de sus primeras manifestaciones, pasaba a regularse en órdenes religiosas sujetas a reglas específicas y que propugnaban una vida en común basada en el trabajo manual (hermanos legos) y la oración y la lectura/escritura para la mejor interpretación del dogma cristiano y las sagradas escrituras, así como el consabido trabajo de amanuenses y escritores, que empleaban su tiempo en la elaboración de códices en los que se condensaba el saber de una época presente y de otra, considerada más cultura (aunque pagana). Empero, esta forma organizada y regulada del monacato no tuvo su mayor auge hasta la creación del monasterio de Cluny, adalid de la llamada "reforma cluniaciense" de la órden benedictina (regla de San Benito).
Paralelamente, se daba comienzo al fenómeno de las peregrinaciones, cuyos primeros testimonios datan tambien del siglo IV de nuestra era. Un primer destino eran los Santos Lugares, lo que sería una de las causas de la Primera Cruzada y la instauración de los reinos cristianos en Tierra Santa. Otra peregrinación temprana había sido a Roma, con la visita de los restos de San Pedro. En la misma línea y fundándose en el "descubrimiento" de la tumba del apóstol Santiago, se iniciaría en el 814 la peregrinación a Santiago de Compostela. Todas estas rutas, empero, suponían la creación de una infraestructura para la protección y alojamiento de los peregrinos, que en su mayor parte cumplían su penitencia caminando a pie hasta el lugar de culto, para expiar sus pecados o solicitar un don a la divinidad. También suponían, en otro órden de cosas, una ruta de penetración para ideas foráneas, amén de una nada despreciable riqueza que conllevaba el culto a determinadas reliquias que, paralelamente, comenzó a proliferar. Este hecho, sumado al aumento de población europeo en el siglo XI y la salida de su relativo "aislamiento" propiciarán la expansión de las rutas de peregrinación y con ellas las nuevas formas religiosidad.
Nuevas formas que cristalizarían con una nueva forma de religiosidad, más íntima y profunda, que propugnaba san Bernardo de Clavaral y su reforma cisterciense. Dicha reforma, además, aparejaba un nuevo estilo arquitectónico en la construcción de las abadías, ahora aún más apartadas de los núcleos de población y fundamentadas en una estética sobria que pretendía que la relación entre el monje y dios fuera un diálogo y una reflexión interna. Ascetismo, una moral más rígida, una regla más firme y restrictiva en cuanto a la riqueza personal, el ornato y la ostentación, era el nuevo cánon que, irradiado desde abadías como Claraval o Fontenay se expandió nuevamente por toda Europa. Empero, despuntaba ya una nueva forma de religiosidad, que aparejaba unas nuevas formas artísticas: el Gótico.
Más, cabe señalar que en esta época final cuando surgió para la relativamente consolidada iglesia católica de Roma un sinfín de problemas de índole religiosa. A la cuestión del Apocalipsis, de la que ya hablaré, se sumó poco después la herejía cátara, principio de la intolerancia religiosa de la iglesia romana con la creación de la Inquisición Apostólica y la violenta represión del culto de los "perfectos". Por estas fechas se produciría también la irremediable y traumática ruptura del Gran Cisma de Oriente y Occidente (1054), que vería el nacimiento y consolidación de la Iglesia Ortodoxa, así como de la Iglesia Católica.
Cultura espiritual durante el Románico: La cuestión del milenarismo finisecular.
Ahondando en las causas del románico y la espectacular expansión del mismo durante los siglos XI y XII, debe ahondarse por fuerza en una cuestión de grave importancia para los hombres del siglo IX y X: el milenarismo. Si Cluny y el Císter, el auge de las peregrinaciones y la "fiebre" de constructiva de nuevos templos y abadías debe achacarse a un fenómeno de expansión de la cultura religiosa medieval y de la religiosidad misma de la masa de creyentes, el milenarismo del siglo IX sería la contracción previa sin la que no podría entenderse la espectacular expansión del románico.
Se entiende por milenarismo un conjunto de creencias heredadas de la tradición judaica por las cuales se atribuía al año 1.000 como el final de la era de Cristo, y el comienzo de un breve reinado del terror y el subsiguiente juicio final. La idea estrivaba en una concepción cíclica de la historia, mediante la cúal el punto de partida se situaría en una "edad de oro" que se iría degradando progresivamente hasta alcanzar el día del juicio (apocalipsis de San Juan). Sin embargo, el helenismo cristiano rechazó esta visión tan catastrofista, planteándose nuevas interpretaciones de este cambio finisecular. Nuevas ideas en torno a este fenomeno que expresó San Agustín en "De civitate Dei" y San Isidoro de Sevilla en "Etimologías" (cálculo de la edad del mundo). El cambio vino de la mano de las interpretaciones del Apocalipsis, con los comentarios de Beato de Liébana (776) para combatir la herejía adopcionista, que crearon un verdadero corpus de "beatos" profusamente ilustrados con miniaturas, alguno de ellos muy ricos.
A la cuestión apocalíptica se sumaron un rosario de condiciones adversas y miedos de particular relevancia, entre los que cabría citar los siguientes: el llamado mal de los ardientes (enfermedad sufrida en el norte de Italia durante el 997), el avance normando y las campañas de Almanzor (considerado un verdadero Anticristo) hambres, epidemias, la aparición de la figura del diablo (que expresaba una dualidad maniqueísta dentro de la mentalidad religiosa de la época) crímenes, herejías, y fenómenos celestes. Aunque todo esto se manifestaba de forma local, era interpretado de forma esotérica y misteriosa, si parecía detectarse una cierta tendencia a considerar que este cambio de milenio sería algo nocivo. Aunque, cabe decirse, en éste proceso caben mil y una matizaciones que, en verdad, podrían desmentirlo. En primer lugar, la cronología. El año 1.000 según el estilo moderno de datación no encajaba con los diferentes estilos en uso durante aquella época (por ejemplo, el estilo de la era hispánica fechaba 38 años más que el actual). En segundo lugar, parece que el temor milenarista no estaba ni mucho menos arraigado en el conjunto total de la sociedad, y que poseía variantes geográficas muy marcadas (y en algunos casos optimistas, como el caso de la llamada renovación del Imperio -Sacro Imperio- del emperador Otón en el 990). Parece ser que las descripciones decimonónicas acerca del temor de todos los cristianos durante el siglo XI o X tiene mucho de exageración, y que no se produjo un fenómeno a de psicosis colectiva a gran escala.
Durante la época del Románico pleno y triunfante, siglos XI a XIII, las peregrinaciones y la fiebre constructiva de nuevos templos (abadías, iglesias, catedrales y colegiatas) estuvieron enmarcados en una iglesia que seguía interpretando en clave apocalíptica los sucesos más funestos que iban acaeciendo. Así pues, la expansión del arte románico y las nuevas formas de religiosidad (la regulación religiosa, la moralidad, vida según los evangelios) sería un proceso de eclosión de todas las ideas que se fueron forjando durante el siglo (y siglos) anteriores. Así, los grandes sucesos de ruptura de la iglesia católica y los acontecimientos que amenazaron a la cristiandad o su unidad (el Gran Cisma, los Cátaros, la Primera Cruzada...) vieron alumbrar nuevas interpretaciones milenaristas, a menudo con mensajes catastrofistas, así como una nueva tendencia artística (el feísmo), que representaba al infierno y sus seres. Flagelantes, iluminados con mensajes acerca del Apocalípsis y todos éstos fenómenos que podríamos interpretar como apocalípticos y alarmistas arraigaron en la cultura popular, y acompañaron a los hombres de la Edad Media (y aún de edades más cercanas a nosotros) tanto o más como las construcciones y representaciones que, al intentar acercarse al amor y perdón de Dios, fueron erigiendo y creando a lo largo y ancho del continente europeo.
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